lunes, 31 de agosto de 2015

Una escapada a San Antonio de Areco en pleno invierno.

Alguna vez necesitaste del verde y de los cielos que se pierden con la línea del horizonte?
Alguna vez tu espíritu sólo se aquietó con la vista regocijándose en esa pastura infinita del campo? O viendo andar libres por ahí animales propios de los llanos?




           Bueno, a mí, cada tanto el cuerpo y el alma me piden eso, CAMPO.


Somos muy afortunados, ya tenemos nuestro pequeñita porción de tierra en un pueblo que pertenece al partido de San Antonio de Areco ( pero no se inunda gracias a Dios),  en el que está todo por hacer y quizás eso mismo sea lo que lleva a que se haga lo necesario para mejorar la vida de los que viven en forma permanente en ese pueblito, pero no mucho más, para que no se “degenere” como otros pueblos de la provincia de Bs As. Contagié de ese amor al Vasco que me acompaña en amores y locuras como esta.




Mi infancia más feliz está atada a los pagos de San Antonio de Areco, a lo que se ha vuelto una especie de Punta del Este de la llanura pampeana.




Mis abuelos paternos eran de allí,  también mi padre y mi único tío, Chispa. La familia materna de mi madre, también vivía en este pueblo de mi  tardes de verano con olorcito a albahaca y colores crema del cielo que mi abuela me convidaba con crema rusa en la heladería cercana a la Plaza Gómez.


Areco significa muchas cosas internas y es un lugar que cuando estoy muy loquita , o muy cansada o todo eso junto, me hace bien, me devuelve a un tiempo feliz, a un tiempo sin tiempos, a una alegría de risas fáciles y contagiosas.


 Un tiempo de abrazos de abuela interminables, de mimos gastronómicos del abuelo Roque, de jugar con mi único primo hermano Cachorro, como dueños de la vereda y de la plaza Gómez, un tiempo de cabello largo peinado con el aliño de un cepillo rosa que mi abuela,  doña Conce me pasaba con una ternura infinita una y otra vez antes de irnos a dormir.
El Areco de un río que no se desbordaba tan seguido, que no inundaba las calles arrebatando el esfuerzo de los pobladores. Ese Areco que- a pesar de sus dimes y diretes- sigue siendo un lugar que me hace bien y que después de los nefastos años 90 ha recuperado su encanto de entonces.
Ya no están los abuelos, tampoco mi tío ni mi primo. Ya nadie me espera con sus brazos en cruz para arroparme con un abrazo, uno de esos que quitan el aliento.
Sin embargo, sé que toda ese energía está allí. Lo siento cuando camino a la vera del río que serpentea hasta llegar al Club Náutico.




 Cuando disfruto de ese airecito cargado de tanto verde. Contemplar un atardecer y conectarme con ese momento sin más pretensiones, es todo lo que necesito.





Así que justo unos días antes de las últimas y penosas inundaciones estuvimos disfrutando de unos días invernales en el pago chico.


Esta vez nos alojamos en el hotel Patio de Moreno, nada barato por cierto y aunque rescata edilicia y bellamente lo que fuera una casa de estilo de mediados del siglo XIX, lo cierto es que a nivel servicios, esperábamos mucho más.









La casona es preciosa, pero deberían cuidar los detalles de mantenimiento en las habitaciones. El desayuno muy rico, pero sin frutas. Para mí, un fallo. De todos modos, jugo natural de naranja y sin mucha variedad pero productos de buena calidad.






Uno de los pocos hoteles, que tiene habitaciones con camas queen y king size y eso, lo agradecemos mucho. Tanto, que ya difícilmente tomemos un cuarto de hotel si no tenemos esta comodidad ( y sí, con los años nos aburguesamos)





La frutilla del postre de esta escapada a San Antonio fue el descubrimiento del restaurante La Rosita.
A pesar de los años que llevamos yendo a Areco, nunca antes ni siquiera habíamos pasado por la puerta. Cuestión casi improbable dado la ubicación céntrica del mismo.  Sin embargo, así fue nomás.
Queríamos salir de los clásicos a los que vamos desde siempre e incursionar en algún sitio nuevo.




Fue un verdadero hallazgo que nos dejo complacidos desde la entrada hasta la salida. Tanto así, que repetimos las tres noches con iguales resultados noche tras noche.
Una cocina de autor, en un pueblo de fuerte raigambre gauchesca, en la que el asado es el plato obligado para todo visitante.
Sin embargo no son las raíces de la tradición pampera las que me llevan una y otra vez a Areco, así que una vez saciado el antojo de alguna achura o chorizo asados, para mí el resto de la parrilla podría no haberse inventado.
La Rosita nos ofreció excelentes entradas y platos principales.






 Los postres podrían mejorar, sobretodo lograr el punto del volcán de chocolate y la textura de la crema catalana. La última noche nos decidimos por una copa de helado con frutos rojos y  una jalea de maracuyá que en conjunto estaba realmente deliciosa. Precios medios-altos acordes a la calidad de los productos ofrecidos.


Nada pretencioso. Cocina sabrosa. Muy buen servicio. Lo super recomiendo! 
Ahora de yapa dos imprescindibles si te das una vuelta por Areco: una picadita en el boliche de Bessonart y unos chocolates en la Olla de Cobre: ambas experiencias...
 de otro mundo!






La Olla de Cobre:





Cada uno tiene su lugar de desenchufe y de recarga. Uno de lo más entrañables para mí sigue siendo este pueblito campero que la Walsh retrató en “La milonga del hornero”
  
“Pasto verde, pasto seco
en San Antonio de Areco.

El hornero don Perico
hace barro con el pico.

Pasa un gorrión y saluda:
-¿no necesitan ayuda?

Cuando el nido está acabado
dan un baile con asado.

Doña Perica la hornera
  baila zamba y chacarera(…)”



Buen comienzo de semana. Gracias por impulsarme a escribir y a seguir compartiendo nuestras escapadas y lo que voy viviendo en el cotidiano. Un abrazo viajero y lo mejor de lo mejor para vos, que te tomás unos minutos para pasar por acá. Que estés muy bien!